El ensayo "Visiones Ópticas. Fotografía más Allá de los Sentidos" nos introduce en un mundo donde la percepción visual trasciende los límites convencionales, adentrándose en las complejidades del inconsciente óptico y su relación con la fotografía. Al explorar estos conceptos, comprendemos cómo la visión puede ser entrenada para captar no solo lo evidente, sino también aquellas sutilezas que conectan con la realidad no ordinaria descrita por Don Juan, el indio yaqui. Partiendo de esta base teórica, nos adentramos ahora en la exploración de la fotografía como herramienta de percepción en el espacio liminal entre lo ordinario y lo extraordinario.
La fotografía revela una realidad velada, donde lo ordinario se disuelve y lo invisible se hace presente.
Retrato. Román Perona
La fotografía, al situarse en el umbral entre lo visible y lo invisible, se convierte en una herramienta que permite vislumbrar el espacio liminal entre la realidad ordinaria y la no ordinaria, tal como lo describe Don Juan, el indio yaqui. Este espacio, donde el mundo cotidiano se disuelve para dar paso a dimensiones más sutiles, encuentra en la imagen fotográfica un portal hacia lo desconocido.
Según Don Juan, la realidad ordinaria es aquella que percibimos con nuestros sentidos en el día a día, mientras que la realidad no ordinaria es un plano accesible solo a través de una percepción ampliada. La cámara, al capturar instantes que escapan a la atención consciente, actúa como una extensión de esa percepción. Imágenes borrosas, sombras indefinidas o reflejos inesperados revelan aquello que habita en los márgenes de nuestra comprensión.
Así, una fotografía que busca explorar lo liminal no se conforma con representar lo visible; aspira a evocar la sensación de lo inasible. Un paisaje envuelto en niebla, una calle desierta iluminada por una luz difusa o el rostro de alguien atrapado en un gesto indefinido son ejemplos de esa conexión con lo intangible. Estos elementos invitan al espectador a cuestionar la solidez de su percepción y a adentrarse, aunque sea por un instante, en el territorio donde la realidad y el misterio convergen.
La fotografía, entonces, se transforma en un acto de percepción ampliada, en una invitación a cruzar el umbral hacia lo desconocido, tal como lo enseña la tradición de Don Juan y su entendimiento de las múltiples capas de lo real.
El rostro de alguien atrapado en un gesto indefinido son ejemplos de esa conexión con lo intangible.
Retrato. Román Perona
Don Juan, el indio yaqui, enseñó que la realidad primaria es aquella que subyace bajo la apariencia superficial del mundo cotidiano. Según su conocimiento, esta realidad no es accesible mediante la lógica o la razón, sino a través de una visión que trasciende las limitaciones sensoriales. La visión, en este contexto, no se refiere únicamente a la capacidad de ver con los ojos físicos, sino a una percepción interna que conecta al observador con la esencia misma del universo.
En su enseñanza, Don Juan hablaba de la importancia de "ver" frente a "mirar". Mirar es una actividad pasiva, limitada a la superficie de las cosas, mientras que ver implica una comprensión profunda, una revelación de las fuerzas y energías que estructuran la realidad. Para alcanzar esta visión, es necesario liberar la mente de las estructuras rígidas del pensamiento convencional y permitir que la percepción fluya sin prejuicios.
La realidad primaria, según Don Juan, es un campo de energía en constante movimiento, donde las distinciones entre lo material y lo inmaterial se desvanecen. Esta perspectiva resuena con la fotografía que explora lo liminal, pues busca capturar no solo la imagen de las cosas, sino su esencia intangible. Así, el acto de fotografiar se convierte en una práctica de percepción expandida, una invitación a ver más allá de la apariencia y descubrir la interconexión profunda entre el observador y lo observado.
Este proceso de percepción ampliada conecta directamente con el concepto filosófico del "inconsciente óptico". Walter Benjamin introdujo este término para referirse a las revelaciones visuales que la cámara es capaz de capturar, pero que el ojo humano, limitado por sus hábitos perceptivos, no logra detectar conscientemente. La fotografía, al hacer visible lo que permanece oculto en el flujo habitual de la percepción, actúa como un catalizador para desentrañar esas dimensiones de la realidad que Don Juan describe como no ordinarias.
Así, la cámara, al registrar el rastro de lo invisible, sirve como una herramienta para acceder a las capas más profundas de lo real.
Auto-retrato. Román Perona
El inconsciente óptico permite descubrir patrones, gestos y estructuras que, aunque imperceptibles a simple vista, forman parte de nuestra experiencia cotidiana. Es en estas imágenes donde la realidad primaria, descrita por Don Juan, se vuelve tangible. La niebla que envuelve un paisaje o la sombra que se proyecta de manera inesperada son manifestaciones de ese espacio intermedio donde lo material y lo inmaterial se encuentran. Así, la cámara, al registrar el rastro de lo invisible, sirve como una herramienta para acceder a las capas más profundas de lo real.
La fotografía, en este sentido, no es solo un medio de documentación, sino una vía de conocimiento. A través de su lente, el espectador puede vislumbrar la interacción entre la realidad ordinaria y la no ordinaria, entre la percepción consciente y el inconsciente óptico, estableciendo un puente hacia la comprensión de una realidad más vasta y compleja, alineada con la visión que Don Juan compartió sobre el mundo y su naturaleza multidimensional.
En conclusión, la intersección entre la percepción ampliada descrita por Don Juan y el inconsciente óptico propuesto por Benjamin revela el potencial de la fotografía como una herramienta para explorar lo invisible. Este diálogo entre lo ordinario y lo extraordinario nos recuerda que el acto de ver trasciende lo evidente, invitándonos a una experiencia sensorial que va más allá de lo cotidiano.
Para adentrarnos en este territorio es necesario entrenar nuestra percepción mediante técnicas como el "selective cueing". Este método consiste en dirigir nuestra atención hacia detalles específicos, desafiando los hábitos perceptivos que nos mantienen anclados en una realidad superficial. Al practicar este enfoque, desarrollamos una sensibilidad que nos permite identificar patrones y elementos que antes pasaban desapercibidos.
Así, el entrenamiento de la percepción óptica se convierte en un camino hacia una comprensión más profunda del mundo. Al igual que la cámara revela lo que el ojo no alcanza a ver, el "selective cueing" nos enseña a ver más allá de lo obvio, acercándonos a la realidad primaria y a ese espacio liminal donde lo conocido y lo desconocido convergen en una danza de significados invisibles a simple vista.