Durante el último siglo, el arte ha sido el instrumento ideológico definitivo para comprometer la integridad de la cultura occidental e invertir los valores fundamentales de nuestra civilización, hasta el punto en el que ahora lo feo es lo atractivo, la mentira es lo real y el mal es lo correcto. Ahora, en 2021, todo está preparado para el nuevo orden mundial. ¿Sufrirá el arte contemporáneo también el anunciado “reseteo”?
De aquellos polvos, estos lodos.
Hasta el año pasado por lo menos, el arte “posmoderno” era una poderosa industria que, a través de tres frentes, adoctrinaba y manipulaba a la gente para convertirla en una masa acéfala de activistas radicales. El primer frente se extiende por museos y galerías en donde se promueven de forma constante discursos ideológicos progresistas camuflados de experiencias artísticas para un público desnortado, profano, acrítico y, por supuesto, sin opción de adquirir obras de arte. El segundo frente se estableció de forma radical a partir de los años 60 en las universidades y academias de arte, las cuales manufacturan activistas —del pensamiento único— a partir de una juventud incapaz, inmadura y narcisista, pero pudiente. El tercer frente son los medios de comunicación, las redes sociales y las publicaciones del sector que empapelan sin descanso las paredes cerebrales de sus consumidores con feísmo, relativismo e inversión.
Pero eso fue hasta el año pasado. Hoy es 2021 y un nuevo orden mundial se avecina. Los museos y las galerías están cerradas, los departamentos de las universidades y las escuelas de arte se están reinventando para no perder a sus adinerados estudiantes, y los curadores de lo feo que juntan con astucia letras en sus artículos y blogs han quemado todos sus cartuchos haciendo campaña anti-Trump.
Y ahora... ¿qué?
Trump ha perdido, los faraones de las tecnológicas y los gendarmes de las redes sociales tienen carta blanca para instaurar su 1984 digital y llevarnos de vuelta al paraíso del comunismo. La mesiánica Greta se ha juntado con el Dalai Lama para evangelizar sobre la religión del planeta y el Papa Francisco, en vez de condenar el aborto, se lo hace con la Pachamama en el Vaticano y se ha metido a globalista.
Entonces, si ya han ganado ¿Qué nuevo tipo de propaganda se expondrá ahora en los gulags del arte? ¿Con qué nuevas ideas marxistas se podrá alimentar las mentes de los jóvenes y jóvenas artistas del pueblo? ¿Serán las academias de arte convertidas en checas donde reeducar a los artistas disidentes? ¿Serán los blogs de arte el nuevo NO-DO?
Quizá, como ya no quedará nada que destruir, solo le quedará a los artistas ensalzar mediante su limitada habilidad técnica las virtudes de la post-democracia, de la post-verdad y del transhumanismo, al tiempo que aplastan a golpe de obra subvencionada las insidiosas almas disidentes que planteen dudas sobre los resultados electorales —que dicta la izquierda mediática— o sobre las propiedades milagrosas de la vacuna instantánea.
Como decía Kandinsky, el arte es —y será— hija de su tiempo.
Perona